Capas (Pack de Viñetas) Aspros x Asmita

Temas:  Canon, Romántico, Drama
Personajes: Aspros, Asmita
Resumen: Había demasiadas capas, tantas, que Aspros saboreó la idea de encontrar una a una hasta llegar quien era realmente él.
Dedicatoria: Para todos los amantes de esta pareja ♥
Beta: 
Karin San
Comentarios adicionales: Duelo de pareja de Club Lost Canvas. Todos los drabbles me salieron por encima delas 500 palabras, así que para usarlo en el duelo los recorté y aquí los publicaré completos.


#1

#2

#3

#4

#5
#1:
Cera derretida en la piel
(Tacto)
#2:
Gotas salinas con limón
(Gusto)
#3:
Perfume Maderozo y dulce
(Olfato)
#4:
Intenso y puro blanco (Vista)
#5:
Sonido del agua al caer
(Oir)

1. Primera Impresión
512 Palabras


 

Llegó sin ayuda a las puertas del santuario y ante su terquedad, los soldados habían reído y soltado burlas ante su escuálida figura cubierta de lana y telas. Estaba con las mejillas sonrojadas quizás por el calor. Sus rasgos infantiles eran acentuados por el largo de su cabello rubio, atado en una cola descuidada. Pese a tener los pies descalzos, no se veía tan sucio, y tampoco daba la apariencia de haber caminado durante horas o pasar hambre. Apenas una pequeña señal de sudor.

Cualquiera que llegara a los límites del santuario de esa manera, estaba condenado a morir sin más. No estaba permitido ese tipo de visitas. Lo único que o salvo fue… no estaba seguro.

—Los soldados dijeron que vieron demonios alrededor de él —comentó con tono jocoso a su lado, donde Hasgard miraba la puerta del patriarca con gesto enfurruñado—. Mil demonios, una huestes de monstruo…

—¿No te da mala impresión? —Aspros rodó los ojos y volvió a fijar su mirada hacía la enorme puerta. Hasgard estaba muy tenso, con sus brazos cruzados. Había tenido que intervenir cuando los soldados salieron corriendo, espantados después de enfrentarse a la grácil apariencia del chico—. No creo que sea un simple niño.

—No es un simple niño. —Alegó—. ¿No lo notaste? La sonrisa de autosuficiencia cuando comenzaron a correr, su seguridad.

—Pensé que era un espectro…

—Si así van a ser los espectros, vamos a tener problemas.

—Estoy hablando en serio. —Gruñó Hasgard devolviéndole una mirada de reojo. Aspros se la devolvió con un silencioso «yo también». No pudieron proseguir la discusión porque la puerta fue abierta y los dos llamados.

Cuando los dos jóvenes santos de oros entraron, observaron al chiquillo sentado en una extraña posición de lotos frente al patriarca, mientras este sostenía lo que parecía una misiva. Hasgard de inmediato arrugó el rosto al notar la falta de modales del chico, al no estar de rodillas y con el rostro inclinado hacía el patriarca.  Aspros, en cambio, lo miró con un dejo de curiosidad.

Se inclinaron ambos, a un lado del recién llegado, y apoyaron una mano en el suelo en gesto de obediencia.

—Les presento al Joven Asmita, venido de Jamir, con altas referencias del maestro de la torre. —Aspros lo miró de reojo, un breve vistazo para verlo de más cerca—. Aspira a la armadura de Virgo.

—¿Un santo de oro? —Replicó Hasgard levantando el rostro. Aspros sonrió como si aquello fuera lo más lógico. Al menos, así lo había sentido.

—Exactamente. Ya cubrió las pruebas de mi hermano, ahora solo falta las pruebas del santuario.

—Namaste.

La voz del chico resonó suave, como si fuera apenas el susurro del viento. Desde su posición, había juntado sus palmas para dar el ancestral saludo. Todo en él transmitía tranquilidad, pero todo eso era una fachada. Aspros la pudo ver, la pudo comprender cuando se interpuso en el poder, destruyó la ilusión y vio la figura del niño.

Esos mil demonios debían de venir de algún lado. A él le gustó la idea de buscarlos.

2. Segunda Impresión
563 Palabras


Con Asmita no era suficiente verlo una vez para comprender quien era. No era una persona de una sola capa. Había demasiadas, tantas, que Aspros saboreó la idea de encontrar una a una hasta llegar quien era realmente él.
Era un niño con poder. Era un niño que disfrutaba de demostrarle al otro que estaba por debajo de él, que ya había tenido entrenamiento. De rasgos hermosos y finos. Ciego.

Eso último cambió todo lo que había pensado de él en ese momento, volteando de nuevo el orden de sus variables.

Como Hasgard se quedó con el patriarca para discutir lo que sería el entrenamiento de los aprendices, Aspros fue el encargado de mostrarle a Asmita el lugar donde debía descansar. Claramente, le habían pedido atención especial para el niño. Nada de ir a las barracas con los demás, ya Asmita empezaría a dormir en su templo como si fuera ya un santo. Aspros catalogó entonces las demás pruebas como solo protocolares: él iba a ser el santo de Virgo.

¿Por qué no dejarlo dormir en las barracas como los otros? No consideraba que la ceguera fuera impedimento. Seguramente habría quienes querrían aprovecharse de ello, pero eran cosas que tenían que vivir, que aprender. No veía necesario esa clase de cuidado para protegerlo de la conocida crueldad humana.

Mientras caminaba hacia la salida del templo. Miró de reojo la figura infantil seguirle el paso. No creía que pudiera tener realmente esa edad, aparentaba mucho menos, menos de diez incluso. De no ser por la altura, que era lo único que podría estar acorde a sus catorce años, creería que era otro pequeño más de los que cuidaba Hasgard.

—Vienen los escalones. —Le indicó, como mero protocolo. No estaba muy seguro de cómo actuar con un niño ciego sin ofenderlo por su condición.

—Lo sé —dijo Asmita con un tono certero y para demostrarlo, él mismo empezó a bajar los escalones hasta a quedar a la mitad. Volteó al notar que Aspros no le seguía y le instó con su expresión a continuar.

Aspros cruzó los brazos y cambió el peso de su cuerpo para hacer punto de equilibrio en su izquierda. Su rostro mostraba una sincera impresión. Esta no duró mucho, es más, mutó a un enorme agrado. No debería esperar debilidad de un santo de oro. No debería pensar en fragilidad aún si tenía un impedimento como ese. Para ejemplo estaba Kardia, cuyo corazón no era lo suficiente fuerte como apagar la llama de su vida. El hecho de que Asmita fuera ciego definitivamente no había apagado a su luz.

—¿Qué sucede? —Preguntó Asmita desde su lugar. El viento seguía llevando pétalos rojos en medio de ellos y el aroma de las rosas se intensificó. Aspros sonrió y apresuró sus pasos con movimientos altaneros.

—Nada. Que las rosas son venenosas.

La expresión de Asmita fue todo un verdadero poema.

Aspros soltó una carcajada. Asmita arrugó la nariz.

El menor giró su rostro a su alrededor, como si contemplara alguna pintura dentro de sus párpados. Los pétalos se movieron a él y tuvo tiempo de atrapar a uno con sus dedos.

—Me mientes.

—No lo hago —Hizo que lo soltara, al colocar una mano sobre su cabeza. Asmita levantó su rostro y estrujó sus cejas.

Terco, pensó Aspros al verlo de cerca. No, nunca sería suficiente con un par de vistazos para conocerlo.

3. Tercera Impresión
567 Palabras 


No hubo consideraciones después de traspasar las escalinatas hacía Piscis. Aspros no lo volvió a tratar como un niño necesitado y le dio espacio para moverse al ritmo que quisiera. Mediría cuáles eran sus límites, y quizás, si hallaba el reto lo suficientemente interesante, lo abordaría.

No era un hombre de tomar aprendices, pero reconocía que Asmita no era que necesitara ser enseñado de algo, al menos no en lo que respecta al dominio del cosmos. Había otras cosas que pudiera enseñarles, otras que podrían ser más interesantes.

Los pensamientos se detuvieron al pisar el sexto templo. Aspros aminoró el paso y esperó que Asmita entrara por completo al lugar. La edificación estaba en silencio, absolutamente solitario. Oscuro, lleno de polvos por la ausencia de un guardián. Al final de la sala y frente a la puerta con la flor de lotos, descansaba la hermosa pandora de oro, brillando entre las penumbras.

—Hemos llegado—. Anunció, aunque podía asegurar que el pequeño se había dado cuenta al haber detenido la caminata.

Asmita caminó suavemente entre el piso de mármol, como si estudiara el ambiente. Con el rostro serio y actitud pensativo, alzó una mano para posarla en una de las columnas y se dio tiempo de palpar cada fisura que el tiempo había marcado. Por su condición, serían sus manos quienes le mostraran el mundo.

¿Que tanto le habían mostrado ya?

—Ven.

Lo llamó y caminó adelantándose hacía donde descansaba la armadura. Géminis vibró ante la presencia de su compañera, juntas cimbraron en un eco agudo y titilante, que se transmitió incluso en sus vertebras. Seguramente el mismo aprendiz así lo había sentido. Deteniéndose frente a la caja, detalló la figura que ondulaba a las curvas, las líneas de relieve y la imagen que personificaba el signo. Pronto los pasos de Asmita también se escucharon, cada vez más cerca.

—¿Qué es? —No dijo nada, esperó y el mismo Asmita buscara su respuesta.

Tal como lo había pensado, Asmita era curioso por naturaleza. El mismo buscó entender que era lo que estaba en frente sin esperar respuesta de Aspros. Al encontrar la pandora, deslizó sus manos para poder atraer toda la estructura, dibujar con sus palmas cada hendidura hasta comprender lo que era. Sentirlo directamente con su cosmos.

—¿Está aquí?

—Sí, allí descansa. —De reojo observó las facciones concentradas. El movimiento de sus manos, el estrujar de sus párpados y sus cejas junto a la manera en que empezó a mordisquear suavemente su labio inferior. Quería absorberlo todo, conocer plenamente que podía esperar de él.

En que podría serle útil.

El pensamiento volvió a arrastrarse en su cabeza, haciéndole entender la verdadera motivación. No se iba a sentir avergonzado d ella, todo debía estudiarlo buscando su beneficio. Asmita prometía ser uno a largo plazo, si sabía mover sus cartas.

—Ella puede sentir que la tocas. —Decidió agregar y Asmita asintió sin cortar el contacto.

—El maestro de Jamir me enseñó eso.

Aspros se limito a guardar silencio, volviendo la mirada a la enorme estructura de piedra tras la armadura. Seguía escuchando la canción de las doradas, como si contaran mil secretos.

No esperó el contacto de la mano de Asmita en su brazo, mucho menos que luego se deslizara en el casco de géminis.

—Tiene dos caras. —Comentó abstraído, pasando sus dedos por el rostro triste.

Aspros estrujó su ceño.

La tercera impresión: Asmita nunca iba a avisar.

4. Cuarta Impresión
555 Palabras 


Aspros retiró el casco de su alcance con gesto furibundo. En algún punto de los roces retardados entre los ojos marcados por la máscara de oro, Aspros se sintió invadido. Como si Asmita penetrara dentro de él de su armadura, de su secreto. Sobre todo eso… Al alejar el casco de las manos pequeñas, no pudo evitar el impulso de mirar de rojo la máscara de tristeza y pensar que esa correspondía a su hermano. Rechazó el pensamiento rápido, consciente de que algo así solo sería para darle pie al más joven de preguntar.

—Es la primera que tocó una con un rostro. —Comentó Asmita y él mayor giró sus pasos para apartarse un poco de él y de la pandora de oro que no dejaba de llamar a la suya.

De alguna manera, el canto se había convertido en insoportable ruido. ¿Por qué? Volteó esta vez con un sentimiento diferente. Dentro de su cabeza, algo palpitaba llenándolo de ásperos pensamientos hacía ese templo, hacía el niño, hacía esa armadura. El rostro que le trasmitió Asmita terminó por escocer dentro de su cabeza.

Comenzó con un tic nervioso y una marejada de emociones agolpándose en su pecho. Luego se incendió en la base de su estomago, causándole un ardor oscuro dentro de sí. Sus nudillos se apretaron y las yemas que sostenían el casco presionado el rostro que se mantenía oculto en Géminis. Todo alrededor del templo se hizo más oscuro y siniestro ante sus ojos.

¿Una ilusión? ¡No! Aspros estaba consciente de que no se trataba de una, conocía los mecanismos para armarla, no había mejor ilusionista que él. Solo estaba la figura del jovencito vestido con ropa extraña, frente a la pandora que parpadeaba en sincronía con géminis.

¿Qué era lo que rodeaba a Asmita? ¿Por qué sentía deseos de huir?

¿Por qué lo «miraba» así?

Eso era… se sentía observado. Observado por un ciego, ¿había algo más desconcertante que eso?

—Lo siento.

¿Por qué lo sentía? ¿De qué se disculpaba Asmita?

Aspros arrugó el ceño y observó al niño dándole la espalda. Notó el movimiento de sus palmas juntándose y la forma en la que inclinó su rostro. Su cabello recogido en una alta cola, dejaba entrever la blancura de su nuca tras el cuello grueso de la túnica de lana. Pese a que estaba ya viendo solo su espalda, seguía sintiendo que algo penetraba dentro de él como filoso aroma de incienso.

—¿Qué lamentas? —Intentó recuperar el control, «su control», del que había sido ese quimérico segundo de ondas golpeando a su temple. No entendía que lo había arrastrado a ese punto de desequilibrio consigo mismo.

—Las armaduras hablan y lloran. —La respuesta lo dejó aún más desconcertado. Parecía que el mismo Asmita había evadido su pregunta—. Eso aprendí de Jamir, las armaduras tienen vida. Sienten el dolor de su guerrero, y permanecen con él hasta su muerte. Es fiel a sus convicciones y busca su bienestar.

—¿Puedes escucharla? —Se le ocurrió preguntar.

—No… pocos tiene ese don. —Frunció su ceño. Aún sentía las alarmas de peligro a su alrededor—. Pero puedo escuchar al alma.

Asmita era peligroso. Más que sus ilusiones, más que su cosmos, más que la figura escuálida que escondía poder. Asmita era peligroso… más peligroso que eso. Era peligroso para él.

—Por eso, lo lamento.

5. Favor
505 Palabras 


Sonido del agua al caer
—¿Qué haces?

El niño volteó al escuchar la voz, luego de haberse quedado quieto en medio bosque. Aspros lo había seguido con la mirada mientras se perdía entre los árboles, extrañado por la repentina decisión de caminar. Asmita no era de esos que iban a pasear en el bosque por mero capricho.

Había escuchado un par de ramas moverse y él giró los ojos a su dirección. No había nada, pero lo hubo. Algo o alguien estuvieron allí.

Aspros achicó la mirada y volvió sus ojos hacía la figura del niño que buscaba conseguir algo con insistencia. Estaba seguro que había detectado algún sonido que llamó su atención y si era lo que creía, tendría que hablar con él al respecto. No sería fácil para Defteros esconder ni su aroma ni sus movimientos de alguien con la percepción de Asmita. Sería peligroso que se siguiera acercando tanto a los entrenamientos.

—Es hora de volver.

—Aún no.

La seguridad del niño al responder le creó una compleja contradicción. Comenzaba a descartar el hecho de que fuera solo haber sentido a su hermano, porque ya no estaba allí y el niño seguía buscando algo. Se adelantó con sus pasos para ponerse a su lado y ver si había alguna señal, alguna pista, que le permitiera saber que era lo que buscaba.

—¿Qué quieres?

—Cerca de aquí… hay un río, ¿no? —volteó con los parpados cerrados y levantando su mentón—. He escuchado un río cerca, mientras meditaba.

No estaba tan cerca, se dijo él mismo mientras prestaba atención al curioso vibrar de sus pestañas al hablar. Aspros estaba consciente que el río quedaba un poco más apartado y sería imposible que lo oyera desde donde estaba meditando. Pensó que pudo haberlo recordado en ese momento, quizás alguien se lo había mencionado, lo recordó y decidió buscarlo. Aunque igual seguía sonando extraño.

—Si lo hay, pero aún falta por llegar. —Observó fijamente el estrujar de sus cejas y levantó una d las suyas con aire curioso. ¿Qué era lo que podría querer Asmita en un río?—. ¿Quieres ir?

Evidentemente Asmita no esperaba su disposición de llevarlo, lo demostró por su gesto de sorpresa. Aspros degustó la impresión con una sonrisa y acarició los cabellos dorados de su cabeza. Le instó a seguirlo.

Conforme caminaban adentrándose al bosque, Aspros lanzaba miradas de reconocimiento al joven aprendiz, verificando que no tuviera problema de seguirle. No había ninguno, Asmita caminaba con total confianza entre las ramas y evadía obstáculos con facilidad, conforme el sonido del agua se iba intensificando. De ese modo, también pudo apreciar a su rostro mutando por la emoción mal contenida cuando sintió cerca su objetivo.

Se detuvo, y desde atrás observó a Asmita caminar con cierta inseguridad por la tierra húmeda cercana a la rivera del río. Había una pequeña hendidura en el lecho que permitía escuchar al agua caer.

Asmita escogió ese lugar para meditar y él entendió el porqué. Al cerrar los ojos, sentía que incluso su misma oscuridad, se diluía con el agua.

6. Despertar
541 Palabras 


Cera derretida en la piel
El templo estaba en silencio y el aprendiz de Virgo permanecía sentado en su eterna posición, contra una de las esquinas, resguardado tras la poderosa figura de una columna. Llevaba días así, con las velas derretidas a su alrededor, su pecho blanco a la vista, el cabello largo pegoteado al suelo por algunas gotas de cera derretida.

Aspros encendió una de las velas que retiró del suelo para iluminar el oscuro espacio. El rubio estaba en una profunda meditación, totalmente desconectado del mundo. Las comidas que recibían se habían apilado una sobre la otra y fue precisamente por la alarma de los sirvientes que uno de los mayores decidió actuar.

Observó la figura de Asmita, totalmente concentrada. Su respiración apenas era perceptible, así como el latir de su corazón. La palidez de su piel lucia como porcelana, pero había demasiada quietud en sus rasgos rígidos. Vertido en otro lugar, lejos de ellos, había dejado su cuerpo en calma pasando hambre y sed.

Se inclinó y posó sus largos dedos por el filo de la joven mandíbula. Apretó un poco, luego golpeó con suavidad pero no obtuvo ningún estimulo. Ni siquiera había huellas de su cosmos, Asmita realmente estaba fuera de allí.

Las ropas enredadas entre sus piernas y cintura cubrían las delgadas piernas, pero era evidente su delgadez por la forma en que sus costillas comenzaban a marcarse de nuevo. Aspros chistó, molesto por la testarudez del chico que se negaba abandonar tales creencias. Hasta le daba cierta razón al malestar de Hasgard por ello.

No quiso perder tiempo y miró fijamente la vela encendida. La cera derretida había caído entre sus dedos, provocándole un ardor que podía controlar. Intentó usar eso para su beneficio, estiró la vela hacía el hombro del rubio y dejó que la cera goteara. Se marcó blancos parches que dejaron roja su piel, pero Asmita ni pestañeó.

No le quedó otra opción. Tiró la vela por allí, donde esta rodó hasta apagar la flama y sujetó con ambas manos el rostro de Asmita. Plegó sus dedos encerados y calientes en sus mejillas y enfocó sus ojos en los párpados blancos. Lo siguiente que hubo fue energía, su cosmos latiendo entre sus palmas y su poder haciéndose liquido entre las yemas de sus dedos. Comprobó que estaba funcionando cuando la respiración de Asmita se volvió difusa, cuando tuvo que tomar más aires de sus pulmones, cuando su pecho comenzó a hincharse y a moverse en busca de oxigeno.

Asmita abrió sus ojos y el golpe de luz sacudió toda la visión de Aspros. Sus ojos azules y apagados lo dibujaron y él pudo ver antes ellos la más espesa oscuridad. Más no la oscuridad que podría tener a Asmita al tenerlos ciego, sino la que él emanaba en ese minuto de poder. La que se veía en sus ojos irritados y rojos y en la negrura de su cabello irreconocible.

Él también se quedó sin aire. Asmita se sujetó de su mano y él tuvo que cortar con el ambiente. Lo siguiente ni lo pensó. Se halló sobre el cuerpo de Asmita, contra el suelo, mirando fijamente los ojos muertos.

—¿Qué haces…? —La voz de Asmita sonó ronca, inestable. El mismo no pudo contestar.

No quiso hacerlo.

7. Revelación
708 Palabras


Intenso y puro blanco
Ser él quien debía medir el poder de Asmita como última prueba no había sido una sorpresa. Era incluso, la opción acertada. Aspros dejó bailar una sonrisa de superioridad cuando recibió la orden, y asumió el reto con un gusto particular. Tenía la posibilidad de demostrarle a Asmita su poder. Tenía la posibilidad de verlo temblar en sus manos. De demostrar su superioridad y de hacerle entender que era el mejor. Todo ello frente a todos los que, durante ese tiempo, se había creado la imagen de un Asmita inalcanzable.

Y ciertamente, así fue.

Primero fueron sus puños los que encontraron el camino para golpear al menor y hacerlo trastabillar en la arena. Con velocidad asestó un golpe en su cara y cuando el menor logró protegerse con su técnica él ya estaba preparando la poderosa cosmoenergía para atacar. Realmente disfrutaba del combate, de la forma en la que Asmita se había negado a atacar con todo tratando de escudarse en su control y Aspros, una a una, sorteaba sus técnicas para descubrir carencias y obligarlo a atacar con todas sus fuerzas.

Todo lo tenía controlado, hasta que ocurrió. La atmosfera cambió y sus ojos se dilataron al ver que frente a él ya no estaba Asmita sino un intenso y puro blanco. Sus cabellos dorados se habían desvanecido en el aire, la pequeña figura había sido eclipsada por su mayor temor. Frente a él, no estaba virgo. Estaba Defteros.

Su mandíbula tembló y el puño dudó en golpear el rostro cubierto con la máscara. Los ojos de su hermano se filtraron a los suyos con una mirada llena de rencor. Dentro de él, la oscuridad se agitó, un llamado nauseabundo nació de su centro instándolo a matar a lo único que había protegido en vida.

El puño que tenía elevado en el aire y dispuesto a golpear a Asmita, fue más bien cubierto por la pequeña y dócil mano llena de luz. Frente a la imagen de su hermano desvaneciéndose en oscuridad, el toque suave de Asmita cubrió sus nudillos. Aún Aspros no salían de la sorpresa, pero con mayor fuerza que nunca tuvo la necesidad de huir. Sentía demasiado, y le era imposible definir qué era lo que lo dominaba con más fuerza. Que emoción podía más: si el temor, si la ira, si la vergüenza o el odio consigo mismo al sentirse inmovilizado por semejante imagen.

La armadura fue otorgada a Asmita bajo los ojos de todos y Aspros giró sobre sus pies para esconderse en la calidez de las sombras. Desapareció de allí y nadie hizo nada para detener su paso. Muchos pudieron imaginar lo que habían pasado al observar la palidez de su rostro y el sudor que rodó por el filo de su mandíbula.

La fuerza le manaba de los poros y era incapaz de soltarla. Se sentía aprisionado en su propio cuerpo, inmovilizado. Toda la furia acumulada entumecía sus huesos y torcía sus músculos hasta doler. Incluso cuando sintió su presencia verterse en el espacio tras su espalda, sus muelas crujieron y la presión amenazó con romperlas.

—Vete… —Bramó con la voz contenida. Asmita estaba tras de él, con su armadura brillando entre las sombras de los árboles.

—No preguntaré que ha sido de él.

Aspros no se contuvo. Giró con violencia y atrapó el cuello de Asmita para empujarlo con el primer tronco que había encontrado. Las hojas cayeron a su alrededor y el cuerpo de Asmita se vio aprisionado por su fuerza. El agredido le tomó una muñeca con gesto condescendiente y para Aspros, simplemente esa expresión solo aumentó su repugnancia a él.

—Eso fue malditamente ruin. —Acusó con las palabras mordidas en cada fraseo.

—La oscuridad que veo en ti viene del dolor. No puedo juzgarte. —Sus ojos se dilataron y parecían cocer. Aún con las suaves palabras de Asmita, él no podía sentirse tranquilo.

Poco a poco, suavizó el agarre hasta que este quedó nulo. Lo soltó sin el mínimo cuidado y se separó sin dar ninguna respuesta a sus palabras. Aspros buscó alejarse de él como quien se aleja de la luz, buscando más u más sombras dentro del espeso bosque.

Asmita no lo siguió, no lo creyó prudente. Le permitió rumear la frustración en soledad.

8. Jardín
611 Palabras 


Asmita abrió las puertas del poderoso jardín para poder entrar en él. Esa mañana, quería pasar el tiempo conectándose con aquel lugar que representaba su escondite, el perfecto espacio donde nada del santuario podía tocarlo, siquiera el aroma de las rosas de Albafica, aún estando dentro de él. El jardín de virgo era independiente por sí mismo, y solía solo florecer sus florecen determinada época del año.

Cuando estuvo a punto de entrar, escuchó los pasos entrar a su templo y la voz pidiendo permiso. Era bastante temprano, más de lo que acostumbraban a moverse los santos hacía el templo del patriarca, por lo cual Asmita volteó extrañado al reconocer la voz.

Aspros estaba allí, en medio del templo con actitud esquiva. Tras los sucesos ocurridas al obtener la armadura, había estado lo bastante lejos de él para evitar cualquier otra invasión como esa. Aún se encontraba enojado, además, y por mucho que Defteros intentó que le confiara o que había ocurrido ese día en el coliseo, Aspros se negó a hablar al respecto.

De todos modos, había un trato cordial, el que debía existir entre los compañeros de armas. Mero protocolo y absoluta diplomacia. Aspros observó con evidente desgano la figura de Asmita abriendo la enorme puerta. Pese a todo, la curiosidad de qué había tras esa estructura siempre la había tenido.

—Buenos días, Aspros. Por supuesto, puedes pasar.

El aludido pese a recibir el permiso, se quedó observando la figura dorada, la puerta, y la pequeña abertura que ya revelaba un poco de su secreto. Algunos pétalos entraron y llenaron con pequeños ases de color la oscuridad de Virgo, posándose sobre la flor de loto, otros rodando hasta el suelo. Parecía un jardín y aquello le generó más intriga.

Asmita observó que Aspros no se había movido de su lugar, y dadas esas circunstancias, evitó entrar de inmediato a su sitio de reposo. Con sus párpados cerrados y semblante relajado, intentó definir qué era lo que mantenía al de géminis aún de pie frente a él, si buscaba algo, si quizás querría hablar un momento. Desde lo ocurrido, no habían intercambiado más que las palabras necesarios y ya había sido demasiado tiempo atrás.

Asmita, aunque lo quisiera, entendió que no tenía permitido el acercarse a hurgar tras el secreto de esa visión. Mucho menos, tras las sombras que había visto en Aspros en aquella ocasión. Respetó el silencio y la entera voluntad de cada persona de cargar sus propios pesos y vivir con ellos. Pero, en lo hondo de su alma, la certeza de que la armadura lloraba seguía siendo palpable.

Los porqués no podrían tener respuestas. Al menos no así.

Aspros siquiera pidió permiso para acercarse. Lo hizo, como si ese secreto le tuviera que pertenecer sin tener que esperar que alguien se lo permitiera. Asmita frunció su ceño sintiendo la inevitable cercanía y giró su rostro hacía donde el jardín lo estaba esperando. Su primero impresión fue el negarle el paso, pero aplacó aquello para convertirlo en una oportunidad. Se separó un poco de la puerta y esperó hasta que Aspros se quedara de pie, en la corta rendija que ya había liberado por su peso.

La visión era quimérica, ilusoria, difícil de pensar que realmente un lugar así existiera. Los pastos verdes y llenos de flores de diversos colores, la imagen de un cielo claro y límpido. Dos árboles a lo lejos de una clina. Era simplemente un lugar celestial, que debía hacer palidecer a cualquier otro jardín del mundo.

—¿Es real? —preguntó. Asmita sonrió suavemente y dejó que la brisa impregnada de aromas le acariciara la piel.

—Es real. Tan real como tú quieras sentirlo.

9. Sin Respuesta
570 Palabras 


La extensión del Egeo estaba frente a ellos en esa mañana. El mar rugía, el viento era más fuerte y se anunciaba que en poco, el otoño llegaría para aumentar las tormentas y las lluvias.

Había una razón para estar allí. En sí, para que ambos hubieran pasado la noche allí, vigilando desde la costa. Aspros se encontraba ya cansado por permanecer en guardia, observando solo el oleaje perderse en la oscuridad. Asmita había pasado meditando y arrastrando fuerzas desde la arena, como si estudiara mejor cada uno de los elementos.

Poseidón, esa había sido la excusa. Al menos para Aspros ya lo era, porque tomando en cuenta que pasaron la noche escuchando solo el mar moverse y sin rastros de cosmos enemigo, no veía el caso a esa petición. Y él que buscaba pasar el mayor tiempo posible lejos del influjo de Virgo, había tenido que hacer ese sacrificio en pro del santuario y sus propios objetivos.

Con los brazos cruzados, caminó entre la arena observando los pasos que Asmita dejaba descalzos. Para estar más conectado a la tierra, según le dijo, había apartado las partes de la pierna de su armadura, junto al faldón.

—No me siento del todo tranquilo aún. —Aparentemente, Asmita no quería admitir que todo había sido una falsa alarma. Aspros rodó los ojos y emitió una mirada consistente al mar.

—Específicamente, ¿Qué te hizo pensar que posesión despertaría?

—Tuve un sueño —respondió.

Asmita comenzó a acercarse a él mientras lo revelaba: enormes olas, una gran lluvia, gente gritando que el mar se comía a las tierras, los sembradíos, las casas. Aspros escuchaba todo mientras se hacía consciente de la disminución de la distancia entre los y del movimiento que el viento le otorgaba a sus hebras doradas. Era un sueño muy convincente y el patriarca le tenía mucha fe. Y el rostro de Asmita se vistió de genuina preocupación.

—¿Qué harías tu si fueras el patriarca? —preguntó Aspros pero no hubo sorpresa en Asmita. Solo dirigió su rostro hacía donde el mar golpeaba y apartaba las hebras, dejando a la vista el punto que alguna vez vio dibujar.

—No soy el indicado para esa pregunta. ¿Qué harías tú?

Aspros había estado pensando en ello durante toda la noche, así que no le fue difícil contestarla. Decirle que enviaría de misión a Degel para verificar el estado de la una de las puertas al templo de Poseidón de Bluegard, que enviaría a Sisyphus a investigar hacía Asgard, que pensaría en el Cid, para que vigilara los movimientos desde el cabo Sunion, justo donde estaban. Cada pieza tenía nombre y una misión que hacer y Asmita se sonrió suavemente al escucharlo.

Pero a él no lo mencionó.

—¿Y yo que haría, Aspros? —El aludido solo giró la mirada al horizonte. Sabía perfectamente qué. Estaría haciendo justo lo que hacía ahora, escuchando directamente sus planes y aprobándolos. Allí.

Era extraño lo que sentía: querer huir y al mismo tiempo querer tenerlo cerca.

—¿No te extraña mi pregunta? —interrogó evadiendo la que Asmita le había hecho. Este renegó.

—Todos saben que eres uno de los que podrían ser el patriarca.

—¿Y qué opinas de ello?

Asmita sonrió pero dejo la pregunta al aire.

Es esta bien. Para Aspros lo estaba. Sentía que las palabras entre ellos podrían crear hilos invisibles e injustificables. Y él no lo podía permitir.

En el silencio, el oleaje los acompañó.

Así permanecieron conectados.

10. Rito
650 Palabras 


Perfume Maderozo y dulce
Esa mañana fue hasta al templo. Como estaba acostumbrado, esperaba encontrarlo meditando en la entrada, totalmente sumergido en una meditación. Así había ocurrido multitud de veces. En ese momento, sería distinto.

Al llegar, fue la soledad la que golpeó sus retinas al posar sus ojos frente a la puerta de lotos. No había señal de Asmita pero si un aroma que rodeaba a la atmósfera.

No era dulce y suave como el de las rosas. Era mucho más fuerte e intenso, tanto que dentro del templo minimizaba el aroma del jardín rojo, hasta anularlo. Aspros rodeó con su vista las columnas y los espacios oscuros, buscando la causa de ese olor particular, pero no halló nada. Ni incienso, ni flores… Nada. Siquiera la puerta de lotos estaba abierta —y aparentemente no había sido abierta en mucho tiempo— como para pensar que provenía de aquel jardín secreto.

La curiosidad hormigueó en Aspros, entre sus dedos, sobre sus pestañas y en especial en su nariz, que poco a poco se acostumbraba al perfume maderoso y dulce. El santo de la tercera casa trató de encontrar una razón al delicioso aroma y sus ojos aterrizaron al pasillo. Asmita no estaba en la entrada, él no había traspasado el templo y sinceramente, no quería hacerlo sin tener una respuesta.

Sus pies se movieron por voluntad propia y su mano asió el casco a su cadera. Afiló la mirada y observó con interés la puerta entre abierta, la ausencia de luz. Conforme se acercaba, el olor se hacía más fuerte a un punto que necesitó beber agua. Pudo entonces identificarlo.

Sándalo.

La botella de aceite estaba entre las piernas de Asmita. A su vez, había una pequeña caja de metal. Aspros abrió un poco más la puerta y enfocó sus ojos en la blancura de la piel a la vista: Asmita estaba sentado en su usual posición, con solo el pantalón cubriendo sus piernas y su cabello largo atravesando el ancho de su espalda.

Como si fuera parte de un rito, Asmita separó las palmas juntas frente a su pecho y se inclinó ante la caja. Su pulgar derecho presionó contra la superficie de color sobre ella y soltó pequeñas partículas de pasta roja. Aspros siguió observando la manera en que Asmita, con su otra mano, apartaba el largo de su flequillo para con su pulgar untado, dejar marcado el círculo rojo en su frente. El tilak.

Aspros había leído de ello, pero nunca había pensado en la preciosidad del acto al ser testigo de él. O quizás, se trataba de Asmita, que hacía ver todo como si perteneciera a otro mundo.

Las manos de Asmita estaban untadas del aceite y con ella tocó el resto de los puntos que representaba su chakra. Los ojos que lo observaron bebieron la imagen marcándola en su memoria.

—Nadie te dio permiso de entrar. —Su voz brotó con fluidez. Aspros pensó en lo delicioso que fui escucharlo. En la entonación tan particular y suya que tenía al hablar.

—No había nadie que respondiera.

Asmita se levantó de su espacio y recogió los elementos utilizados en el rito para guardarlos sobre la mesa. Con una orden, Virgo se ajustó a su cuerpo y solo tuvo que acomodar la capa a su espalda y liberar a su cabello de la tela. Cuando acabó, se acercó a Aspros dispuesto a proseguir.

—El patriarca nos espera. —Aspros asintió y antes de que Asmita saliera del todo lo detuvo con su brazo a la altura del pecho del menor.

En el silencio llevó la mano que lo había detenido hasta tomar la derecha de Asmita. La alzó y observó los rastros de la pasta de sándalo de su pulgar y el aceite en el resto de su mano. Pasó un dedo sobre la fina línea de la vida.

Hubo una chispa.

Aspros lo soltó y Asmita recogió su mano hasta su pecho.

—Vamos.

11. Juego
523 Palabras 


Gotas salinas con limón
Asmita estaba fastidiado y él podía verlo. En sí, le divertía observar el ceño fruncido, los rayos cruzados y el rostro que demostraba que estaba sosteniendo lo último de su paciencia con los dientes fuertemente cerrados. Si bien, ya le era complicado las oportunidades que le tocaba estar al lado de la pequeña diosa, ese día había sido particularmente complicado.

—¡No estás comiendo! —Asmita suspiró y echó su rostro a un lado, pegado a la pared de la habitación. No quería comentar nada de sus costumbres con ellas: ni sí dejaba de comer ni la razón de sus variados días de ayunos—. Y estás rojo.

Si, lo estaba, más no era precisamente por lo que la joven diosa creía.

Aspros ladeó una sonrisa cínica mientras observaba el espectáculo que había provocado. Era justo y necesario, colocar a Asmita contra la pared en esa situación era lo que merecía, después de las múltiples veces que se había aprovechado de sus habilidades para irrumpir dentro de él. Y además, le había asombrado la forma en la que Asmita había reaccionado a sus tenues insinuaciones.

Sasha no estaba enterada ni podía con su poco nivel de cosmos darse cuenta del intercambio que Aspros había tenido con Asmita en todo su entrenamiento. Y era excesivamente divertido observar como el santo intentó mantener la concentración en lo que ameritaba esa reunión y no buscara detenerlo.

—Deberías obedecer a nuestra diosa, Asmita. —Observó la entrad de las doncellas con la bandeja y un juego de té. Había limón cortado en ella y fue colocado suavemente sobre una pequeña mesa.

La pequeña niña corrió hacía el lugar sin dejar de lado al báculo. Aspros intercambió la mirada sobre Asmita, viéndolo con la expresión de querer huir de todo. Volvió a hacer lo que había hecho durante toda la reunión. Observarlo de arriba abajo, jugar con el cosmos para dejarle roces en su cabello, el cuero, el interior de sus piernas, provocara que Asmita volviera a incomodarse y le enviara un rostro pidiendo que se detuviera…

—¡Toma! —El rubio bajó su rostro para prestar atención a la niña—. ¡Es té con limón! Te ayudará con el resfriado.

Aspros también recibió una taza y la miró con condescendencia. Era un te preparado en contra dl resfriado. Agua aderezada con gotas salinas y limón, caliente. Al lado una cucharada de miel para endulzar.

Levantó la mirada a Asmita y notó como untaba la miel tras haber arrugada la cara con la primera impresión. Definitivamente tendría que venir más seguido a visitar a la diosa, era una ocasión aprovechable para molestarlo.

Luego de revolver con la cuchara el líquido, Asmita dio el primer sobro. Los ojos de su pequeña diosa estaban frente a él, atenta a verlo mejorar. Aspros se quedó observando el pase de su lengua cuando atrapó un poco de las gotas de té que mojaron sus labios.

El hizo lo mismo: sin quitar la mirada en el rubio, tomó la taza y la llevó a sus labios saboreando la infusión mezclada con miel.

«¿Quieres besarme?»

Aspros tosió, atragantado con la bebida. Asmita sonrió.

Sasha nunca supo qué ocurrió allí.

12. Impulso
540 Palabras 


El sonido de la voz de Sasha los tenía vertido en un trance a ambos, en las escalinatas que conectaban la fuente de la diosa con el templo. La niña corría y reía con melodiosa voz mientras Sisyphus vigilaba que no se lastimara, aunque Aspros solo le apreciara una sonrisa tatuada que no daba indicios de estar en vigilia. Sin embargo, él no podía hacerse parte de ese espectáculo. Y tal como Asmita lo había hecho, se había alejado para ir rumbo a su templo.

Cuando sus pasos se alcanzaron, ambos detuvieron el trayecto y echaron su rostro hacía atrás, donde la niña corría. Sus armaduras volvieron a cimbrar y su cosmos pareció envolverse en algún hilo misterioso.

Aspros no podía darle nombre a aquello, pero viendo fijamente el aire que corría, podía reconocer cuan sincronizada estaba la respiración de Asmita con la de él. Algo que podía ser enteramente banal, para él comenzó a adquirir significado, porque pronto, conforme su respiración se había más irregular, Asmita parecía adquirirla.

Llegó un punto donde él notó el corte abrupto. Asmita simplemente decidió no seguir allí. Giró su mirada hacía él y logró contemplar el gesto de absoluta frustración contenido en el estrujar de sus cejas. Antes de que se alejara demasiado lo tomó de la muñeca, y el chispazo que ya había sido evidente tras tantas veces se extendió en ambos brazos, deteniendo sus intenciones de escapar. Asmita volteó con el cabello lacio rozando la espalda y la capa, el semblante serio y determinado.

—¿Qué ocurre Virgo? —fue Aspros el primero que habló y fortaleció el agarre.

—Ya es hora de regresar a mi templo.

No podía decir si fue el sonido de su voz, con entonación vacilante. Si fue el roce de sus dedos que al llegar a tocarle la palma, los asió con indecisión. Si fue la forma en que temblaron sus pestañas y de inmediato buscó escapar de allí. Si fue todo, o solo fue él, que sintió el empuje atravesándole el pecho y dejándolo sin posibilidad de pensar.

Solo actuó.

De un momento a otro había arrastrado a Asmita con la muñeca tomada hacía el interior del jardín, aprovechando el descuido. De un segundo a otro lo había puesto contra  el primer árbol para no dejarlo huir. Y cuando Asmita abrió los labios para pronunciar su nombre, el simplemente se lo arrancó con un beso necesitado. Apretó la figura dorada contra la suya contra la corteza, sujetó la cintura del santo hasta no dejarlo escapar.

Y el beso fue correspondido, de inmediato. Incluso podía jurar que lo había buscado antes de que sus labios le tomaran la boca. El frenesí se extendió como una llama alimentada por aceite, se levantó hasta erizar cada poro de su piel dentro de la armadura. Pese a la ausencia de toques a la piel directa, solo el beso de sus bocas, húmedo y necesitado, provocó que todo dentro de él estallara y apretar hasta doler.

Cuando se separó, solo quedaron las respiraciones erráticas y las narices rozándose con aspereza y ansiedad. Como si no pudieran cortar el beso, como si no pudieran desconectar los deseos y aún la necesidad de besarse estuviera palpable en los labios mordidos y empapados del otro.

13. Respuestas
577 Palabras 


La energía circundaba en cada roce. Devoraba. La mano de Aspros asió la nuca y jaló los cabellos dorados mientras lo obligaba a permanecer con su barbilla en alto y los labios accesibles para morderlos.

Pese a lo agresiva de sus acciones, Asmita no hizo más que apretarlo con necesidad y buscar con las manos en su espalda un agujero para tocar a su piel bajo el cabello y la capa. Dicha ansiedad se transmutó en energía que la misma piel recibía por el roce caliente de la coraza y la presión de las yemas. La armadura sabía, Aspros lo sabía a través de ella, y su lengua seguía robándole palabras a Asmita en medio de una danza húmeda. Se estaban quemando, se iban a incendiar.

Entre las palabras que nunca se dijeron y los roces que se habían contenido. Entre los secretos que guardaban el uno y el otro celosamente. Aspros jamás iría a encontrar el fondo de Asmita porque significaba quedar al desnudo y Asmita aunque quisiera desnudarse ante él para conseguir el fondo, no debía hallar dentro la oscuridad y Defteros convertido en su mayor temor.

Apretó, aplastó, golpeó de nuevo la espalda del rubio contra la pared y torció su lengua por la comisura. Lo escuchó jadear, morder sus labios, contener una maldición cuando sus manos se apresuraron a su espalda baja, encontraron la piel al descubierto, asió con hambre. Asmita jaló su cabello y movió su rostro para besar la piel que pudiera alcanzar, para beber del sudor de su cara y rozar con sus labios las pestañas. Aspros tembló. Buscó su boca.
Pese al frenesí que sus cuerpos, que su mente y emociones experimentaban, ni Virgo y ni Géminis abandonaron sus cuerpos. Siguieron recibiendo roces cadenciosos, caricias frustradas mientras la desesperación era transmitida por los labios, las mordidas, las succiones. Seguían cayendo y negándose a ceder.

Y Asmita saboreó a través de ella el dolor, la ira, la oscuridad goteando y apagando el brillo que alguna vez tuvo. Sintió el ardor en la garganta mientras concretaba cada beso, y cada gota de infinita oscuridad se vio atrapada en ella, hasta que el sabor se hizo agridulce, hasta que la sed pudo más.

Fueron muchas imágenes, demasiadas. Imágenes que él en su condición no pudo entender, pero con las emociones transmitidas deducía más del réquiem que era testigo. Aspros le demostró una vida entera con un beso de fascinante frustración, que no iban a concretar los deseos. Que se iban a quedar con las ganas.

Su misión era más importante. Su objetivo era mayor.

—Conseguí tu última capa… —gruñó con su voz enronquecida por los besos y acariciando indolentes las dos gotas de agua salina que rodaron por el rostro afiebrado de Asmita.

Encontró, al ser sensible oculto entre capas y capas de oro, de lógica, y de voluntad. No podía dejar que todas las heridas que el cargaba supurando negro, lo contaminara.

Lo soltó, después de haberle dejado ver una gota de la mortandad que había estado cultivando por años. En silencio, se marchó del templo.

Las respuestas nunca serían suficientes, Asmita lo entendió en el momento.

Cuando Aspros abandonó el templo, supo que ya no habría lugar. Nunca lo hubo. Nunca permitiría que nadie más que él cargara con sus demonios. Nunca avalaría que alguien le ayudara a llevar la carga que durante muchos años, había llevado a cuesta por su propia voluntad.

Quizás nadie entendería al final el porqué.

14. Juntos
510 Palabras


La armadura de color purpureo se sintió pesada. Aspros dedujo que se trataba de lo que quedaba de su alma, un resquicio lastimero de lo que había sido alguna vez. Lo más brillante, lo más puro, lo más preciado se acababa de ir con la última mirada de su hermano, con su sonrisa al por fin reconocer que había encontrado cavar hasta la última capa y rescatarlo.

La lágrima teñida de rojo había caído por su rostro, hasta precipitarse al suelo del templo maligno. Lo que quedaba de él. Con manos temblorosas acercó su mano a la armadura que siempre había sido suya, la que le había abierto las puertas a un paraíso de luz, a la promesa que en algún punto olvidó para con su hermano. La acarició pidiéndole un perdón mudo a él y a ella, por haber incurrido a tantas faltas, por haber caído tan bajo por un deseo egoísta. Porque lo único que había querido lo terminó manchando.

Pero no podía arrepentirse. Apretando sus puños, Aspros no halló lugar a arrepentimientos. Tenía poco tiempo y algo debía hacer para demostrar que encontró el camino correcto. Debía ir al mismo Hades, enfrentarlo, y dejar su brillo aunque fuese una última vez en la tierra.

Cuando volteó dispuesto a ir, la armadura vibró en ese conocido sonido que le hizo detener su paso. Volteó con los ojos bien abiertos, casi blancos, mientras la armadura no dejaba de cimbrar para él.

Se acercó, incrédulo. Volvió a asir la muñeca de la armadura y a concretar cada línea de su estructura con sus manos mientras buscaba el origen de ese sonido. Con un movimiento, desprendió la pieza del brazo derecho de la formación dorada, y al moverlo, el objeto cayó al suelo.

Un rosario. Un Yapa Mala.

El corazón se le apretó en el pecho, y miró fijamente a la armadura que se movía junto al sonido de cada cuenta pintada de negro y durazno. Levantó el ornamento con su otra mano y al solo contacto, pudo entenderlo todo. La pieza insignificante estaba llena de Asmita, era un espejismo como lo era él, escuálida, humilde… Sin muestra del enorme valor estratégico que significaba para Atenas.

Su hermano se la había traído con él. La armadura le pedía que la siguiera llevando con él. A Ambos.

—Nunca te desprendiste de los dos —murmuró, con la mirada gacha, apretando las cuencas en sus dedos ensangrentados—. ¿Hallaste en mi hermano lo que no hallaste en mí?

Giró la mirada hacía su armadura. Decidió vestirla, guardar el rosario dentro de ella, engañar al hades haciéndole cree que aún estaba a su lado. Lo hizo mientras observaba dentro de sí mismo y la armadura, los recuerdos de su hermano, y alimentaba su propia memoria con las de él fundiéndose en uno.

Al estar completamente vestido de Géminis ataviado por su brillo, con el rosario en sus manos, supo la respuesta a esa interrogante. Siempre estuvo clara.

Asmita nunca los quiso separados. Quería tenerlos juntos, bajo la misma luz que él nunca llegaría a ver.

2 comentarios en “Capas (Pack de Viñetas) Aspros x Asmita”

  1. Magníficos! La «Tercera y Cuarta Impresión» me han dejado con los pelos de punta! Y «Juntos» me parece un cierre perfecto a un círculo tormentoso.

    1. Gracias por tu comentario September!! Si, pensaba mucho en como llevar su relación conforme iba avanzando peor al final se dio de este modo. Para mi siempre Asmita era lo que podía «ver» la maldad en Aspros aún en su ceguera.

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